Sucedió
en una ocasión en que el maestro se encontraba sentado en un café, cuando vio
que se acercaba al lugar un soldado retirado que había prestado sus servicios
en la pasada guerra veinte años atrás.
El soldado llevaba una canasta de huevos.
El maestro sintió el cosquilleo de jugarle una broma
y comprobar una vez más algo que ya sabía, así que en cuanto estuvo muy cerca
de él gritó lo siguiente:
-¡Atención! ¡Alto! ¡Ya! ¡Firmes! ¡Ya!
El viejo, al oír la orden se puso firme y derecho
como una estatua, y la canasta cayó al suelo rompiéndose todos los huevos.
Pocos segundos después, se dio cuenta de que estaba
parado y en posición de firmes por haber obedecido automáticamente la voz de
mando que había escuchado. Al reaccionar, se dirigió al maestro bastante
molesto.
-¡Maestro! ¿Qué tipo de broma es esta? –protestó-.
¿De qué se trata?
-Perdóname –suplicó el maestro-. Yo di la orden para
ver tu reacción, pero no tenías porque cumplirla, podías haber seguido tu
camino sin hacerle el más mínimo caso. Además, cada quien es libre de gritar lo
que quiera, ¿o no?
-En mi caso no es posible maestro –contestó el
soldado-, fueron muchos años de servicio y mi reacción es automática, ejecuto
las órdenes sin darme cuenta.
Autor desconocido
Soy un ex sargento primero paracaidista mexicano y aun me sigo portando como activo en todo lo que desempeño por un militar aprende tener honor valor lealtad
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Eso se lleva en la sangre. Es una forma de vida. Saludos sgto
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